domingo, 2 de noviembre de 2008

"La casa embrujada"

Hace algún tiempo, en un paseo que hice a los bosques de la ciudad de México, íbamos por la carretera, cuando de pronto el auto en el que viajábamos mi prima Angela y yo, se paró sin razón, lo habíamos alquilado y nos habían asegurado que todo estaba bien, por lo que decidimos bajar del auto y pedir ayuda, ya como mujeres inexpertas que éramos en mecánica, ni siquiera lo intentamos arreglar, teníamos miedo de estropearlo más de lo que ya estaba.Nos colocamos las dos en el arcén de la carretera esperando que algún auto pasara y nos ayudara, era alrededor de las cinco de la tarde, y como era en el mes de noviembre ya empezaba a oscurecer, empezamos a sentir miedo e inseguridad, nosotras en plena carretera y solas.Pero nuestra suerte cambió en pocos minutos y mi amiga Angela logró detener un auto, era un joven muy guapo, nos preguntó que pasaba y nosotros no supimos explicarle exactamente el problema que tenía el auto, el joven levantó el capó y miró si el auto tenía algún desperfecto, pero como ya oscurecía y no teníamos ninguna linterna el joven nos sugirió:- Miren, vivo cerca de aquí, en una pequeña casa, muy humilde, vivo con mis abuelos, pero con todo gusto les ofrezco mi casa y mañana bien temprano vamos al pueblo mas cercano y buscamos ayuda, y si no es algo grave hasta yo les puedo ayudar sin ningún compromiso..¿que dicen?Angela y yo nos miramos y pensando que era peor quedarnos solas en la carretera, aceptamos la propuesta del joven.Ocultamos el auto entre unos árboles y nos dirigimos bosque adentro hacia el hogar del joven, efectivamente no se encontraba lejos de la carretera, cuando entramos a la casa, estaban una linda pareja de ancianitos sentados en unas mecedoras de madera, muy callados, la abuela sólo nos sonrió, nosotras contestamos el saludo y el joven inmediatamente nos llevó a lo que sería nuestro cuarto.Al llegar la noche, Angela y yo no podíamos dormir de tantos ruidos que escuchábamos, decidimos salir para ver que pasaba, y vimos que el cuarto del joven tenía la luz encendida, y escuchábamos como se aclamaba desesperadamente a Dios pidiendo repetidas veces perdón...pero no sabíamospor qué, Angela se acercó al barandal de la escalera y me dijo:- ¡Mira!...Estaban bajo nosotras las dos mecedoras que se movían como si algo o alguien estuviera sentado ahí, meciéndose, no había viento ni nada que las moviera, las dos nos miramos asustadas y corrimos a nuestra habitación para encerrarnos, cuando amaneció ninguna de las dos había podido dormir. Cuando salimos de la habitación había un silencio sepulcral, que hasta daba miedo, estábamos tan asustadas que decidimos salir de de la casa y buscar el auto, al fin de cuentas no caminaríamos mucho.Cuando llegamos al auto, cual seria la sorpresa, que arrancó a la primera, sin ningún fallo y logramos irnos de ese misterioso lugar el cual nos causaba miedo.Llegamos a un restaurante del primer pueblo que encontramos, teníamos mucha hambre, un policía que se encontraba sentado cerca de nosotras nos preguntó:- ¿Es de ustedes ese auto que esta afuera?- Si.- le respondimos.- ¿Por qué oficial?. - Me pareció haberlo visto en la orilla de la carretera._ Ah si, lo que pasa es que nos quedamos en una casa que esta cerca del lugar, yaque nuestro auto se paró y no podíamos arrancarlo. _¿Donde dicen que se quedaron? _ En una casa que esta cerca de allí. _ La única casa que está cerca de allí es la de los Sres. Sánchez. - ¿Unos que viven con un joven? - Dirán, vivían, hace tiempo que murieron los abuelos, al parecer cuentan que eljoven los mató y después se suicidó. Se encontraron los cuerpos de los abuelos sinvida sentados en sus sillas y el joven colgado de su cuarto. - No puede ser oficial, tal vez sea otra familia la que usted nos dice, porque nosotras estuvimos en esa casa, y ahí estaban los abuelos y el joven, la abuelahasta nos sonrió y el joven nos prestó una habitación. - Pues quien sabe muchachas, tal vez esté equivocado, puede ser alguna otra cabaña del lugar que yo no conozca, pero no lo creo, este pueblo es muy chico y vivo aquí desde que nací, y créanme, según yo, la única casa separada del bosque es esa, peropara salir de dudas, ¿por qué no vamos al lugar donde dicen ustedes que se quedaron a pasar la noche?.Decidimos llevar al oficial a la casa, tal vez porque queríamos escuchar de sus palabras, que efectivamente, se había equivocado y nosotras nos quedaríamos tranquilas.Pero cuando llegamos al lugar, el oficial afirmó que realmente era la casa de los abuelos asesinados y del joven que se había suicidado. Nosotros le creímos porque la casa ya no estaba igual, cuando entramos, era una casa totalmente abandonada, sin techo, con telarañas, ahí estaban las dos sillas solas y del techo de la habitación del joven, aun colgaba la cuerda con la que había sido ahorcado.

"Tengo una muñeca"

El anciano Mr. Kirby, tras el recuento de la recaudación diaria, salió de su tienda, con intención de volver a casa, junto a su esposa. Cerró la puerta del establecimiento y, silbando una alegre tonadilla, se alejó calle abajo, a duras penas iluminado por la escasa luz de las farolas.Atrás dejaba la tienda, después de diez horas de trabajo. Era un local grande, aunque Kirby había conseguido convertirlo en un lugar acogedor, a pesar de su tamaño, y el polvo se acumulaba sobre las estanterías, a veces incluso semanas enteras, hasta que la esposa del anciano, se decidía a visitar el lugar, y las limpiaba, sin hacer caso de las protestas de su marido, quien aseguraba que, el polvo, le daba a la tienda un aire más digno, más antiguo, pues, en el establecimiento, había montado Kirby su prospero negocio de antigüedades y cosas raras. Allí podías encontrar casi cualquier cosa: Desde una vieja plancha de hierro fundido que, tal vez, perteneció al Presidente Franklin. Hasta el cromo aquel que nunca aparecía en los sobres que te comprabas de niño. Mas, sin duda alguna, de lo que más orgullosos estaban los dos viejos propietarios del bazar, era de su colección de muñecas. Muñecas antiquísimas, se rumoreaba que la más moderna de aquellas muñecas databa de antes de la Segunda Guerra Mundial, y que había pertenecido a la familia del Presidente Roosvelt. Su valor, como se comprenderá, era poco menos que incalculable. No era, sin embargo, ésta la preferida de Kirby, si no una mucho más vieja, sucia con el trajecito medio descosido, con las manitas de porcelana, y un único ojo de vidrio, a la que el viejecito había bautizado, desde el primer día, con el nombre de Rose Mary, en honor de su única hija, muerta cuando a duras penas tenía tres años, en un horrible accidente de tráfico.Como ya hemos dicho, Douglas Kirby, caminaba hacia su casa, donde le esperaba su amada mujer, con el plato de cena sobre la mesa, y una amorosa sonrisa en los labios. Recién había cumplido los setenta años, pero conservaba intacto todo su cabello, aunque completamente blanco. Poseía un rostro alargado y fino, ojos pequeños y vivarachos, una nariz prominente, y una boca pequeña, de labios finos, y constante gesto fruncido.Pocas eran las veces que, fuera de su tienda, se paraba a charlar con sus conciudadanos, lo que había generado el rumor absurdo de que, estaba un poco chiflado. Muchos afirmaban que había traspasado el límite, y lo acusaban de hablar con sus muñecas, cuando se quedaba solo en el establecimiento.En un bar cercano, mientras tanto.-¿Vosotros no sois de por aquí, verdad? -Willie, dueño del bar, no quitaba ojo de los dos forasteros que, sentados en una mesa cercana a la puerta, vigilaban, con demasiada atención, la tienda de antigüedades.-¿Eh? -Uno de los tipos, dedicó a Willie una extraña sonrisa-. No, somos de Chicago.-Ah -El barman, asintió con un leve cabeceo, y dedicó su atención a un nuevo cliente, que acababa de entrar.Poco más tarde, William, volvía a interesarse por los dos desconocidos:-¿De Chicago, ha dicho?-Así es, de Chicago -respondió, de nuevo, el mismo hombre.-¿Son anticuarios? -El dueño del establecimiento, hizo un gesto con la cabeza, en dirección a la tienda de Mr. Kirby.-¡Oh, no! -Contestó esta vez el otro hombre.-¿Ah, no? -No, no.-Pues, parecen muy interesados en el anticuario -comentó Willie, con tono mordaz e irónico-Eso, amigo, se debe a que nos gustan las antigüedades -se apresuró a responder, de nuevo, el primero de los dos individuos.-Ah, pues, en esa tienda, lo máximo que encontrarán, serán muñecas rotas, cubiertas de polvo -y, tras este comentario, Willie, dejó el tema por zanjado, y se dedicó, de lleno, a atender a los parroquianos.Media hora más tarde, los dos forasteros, salían del bar, y se encaminaban al motel de la viuda Klein, donde habían alquilado un par de habitaciones, las cuales, según su costumbre, no tenían pensado pagar, cosa que llevaban haciendo, impunemente, desde hacía meses, en su recorrido de robos y atracos por los E.E. U.U. -¿Crees que el barman hablaba en serio, Roy?-No. Supongo que lo dijo para despistar. Seguramente se olió lo qué pensamos hacer y pensó que, si nos decía que en la tienda no hay nada de valor, nosotros nos iríamos del pueblo, ¿verdad?.-Marty, eres un chico listo -el llamado Roy, alzó la cerveza que estaba bebiendo, y brindó a la salud de su compañero.Horas después, ya entrada la noche, los dos delincuentes, salían de sus habitaciones, y se dirigían a la tienda de Mr. Kirby, llevaban un gran saco de tela.-Si todo lo que nos contó aquel tipo, es cierto, podemos hacer un gran negocio.-Pues, Marty, yo no acabo de creérmelo -Roy, se detuvo, y miró a su amigo, mientras rebuscaba el juego de ganzúas en los bolsillos de su pantalón-. Hasta que no lo vea con mis propios ojos.-¡Mira, ahí está la tienda! -Marty, hizo un gesto a su amigo y, tras comprobar que no había nadie en las cercanías, cruzó la calle, en dirección al bazar de Mr. Kirby.-Deja, voy a probar con las ganzúas -Roy, sin perdida de tiempo, mientras, su compañero, vigilaba, comenzó a manipular la cerradura de la persiana con el juego de garfios.-¿Ya está? -¡Sí! -Levantaron la persiana lo suficiente, para poder entrar agachados al interior del local-. Comencemos a buscar.-¡Mira! -Exclamaba, pocos minutos después, Roy, mientras mostraba a su compañero una pequeña cajita tallada en ébano-. ¡Esto debe de valer, por lo menos, trescientos dólares!-Deja eso -ordenó, Marty, con voz firme-. Aquel hombre, fue claro. Sólo las muñecas.-O.K. -Roy, devolvió la caja de madera a su lugar, y siguió a su compañero al fondo de la tienda, en busca de la valiosa colección de muñecas antiguas.-¿Ves algo?-No, esto está muy oscuro.-Espera -Marty, rebuscó en los bolsillos de su pantalón, hasta dar con una pequeña linterna-; ahora -encendió la diminuta lamparilla de bolsillo, iluminando, con el pequeño haz de luz, una enorme estantería, repleta de muñecas y muñecos.-¡Joder, qué susto! -Exclamó Roy, al ver todos aquellos rostros de porcelana, mirándoles desde los estantes.-¡Chist, calla! -Su compañero, se llevó un dedo a los labios-. Vamos a meterlas en la bolsa.-Espera -pidió Roy, mientras se alejaba camino de la puerta del local-; me he dejado el saco en la entrada.-No tardes.Y, Marty, quedó solo, en el estrecho pasillo de la oscura tienda.No habían pasado ni un minuto cuando...-¡FUERA! -¡Eh! -Marty, espantado, giró la cabeza hacia el lugar de donde había surgido la voz, sin encontrar otra cosa que las viejas muñecas. Mientras, en la entrada: -¿Dónde mierda habré dejado el maldito saco? -Iluminándose, a duras penas, con el débil resplandor que entraba por debajo de la persiana, Roy, buscaba la bolsa de tela. Finalmente, tras varios minutos de búsqueda, se incorporó, y marchó en busca que su amigo, con intención de pedirle la linterna. -¿Marty, estás ahí? -Sin respuesta-. Necesito la linterna-¡Roy, por favor, ayúdame! -¿¡Marty!? -A tientas, el ladrón, siguió la voz de ayuda de su amigo, hasta llegar al lugar donde, hacia escasos cinco minutos, le había dejado para ir a por el saco. Mas, junto a la estantería llena de muñecas, no había nadie Sólo la pequeña linterna, aún encendida, tirada en el suelo. -¿Qué está pasando aquí? -Roy, temblando de pies a cabeza, se agachó, y recogió la lamparilla portátil-. ¿Marty, estás ahí? -¡FUERA! -¿Q-quién anda ahí? -A duras penas pudo evitar el ladrón que, con el susto, la linterna de bolsillo cayese de sus manos. Y, entonces, como en una extraña y psicodélica pesadilla Ante los asombrados ojos de Roy, una a una, todas y cada una de las muñecas de la estantería, comenzaron a agitarse, a moverse y ¡A hablar! -¡Eres malo! -Murmuraban, mientras, con sus diminutos deditos de porcelana, señalaban al maleante-. ¡Y te vamos a castigar! -¡Mierda! -Roy, giró sobre sus talones, e intentó escapar. -¿Dónde crees qué vas? -A sus pies, tres muñecos, le cortaban el paso, estirando sus blancos bracitos hacia él-. ¡Vamos a castigarte! -¡No, malditos monstruos! -Furioso, y asustado, Roy, comenzó a patear a los muñecos, quebrando sus frágiles bracitos y cabezas de porcelana. -¡Asesino, asesino! -Gritaban, desde el estante, aquellas muñecas, que no podían moverse. -¡Muerte al ladrón! -Se escuchó, de repente, una voz mucho más potente que las otras-. ¡Qué corra el mismo destino que su cómplice! -Y, algo, surgió de detrás de la estantería. -¡Mierda, joder, Ostia puta! -Roy, tropezó y cayó al suelo, cuan largo era, al ver aquello que se le venía encima. -¡Tu amigo está aquí, conmigo! -Armada con unas pequeñas tijeras de costura, una muñeca, bastante más grande que el resto, avanzaba hacia él, sonriéndole, mostrándole unos blancos dientecillos de plástico. -¿Quién, qué eres tú? -El ladronzuelo, intentó reptar hacia atrás, apoyándose en sus codos. -Me llamo Rose Mary, y soy una linda muñequita -canturreó la muñeca, mientras daba un paso hacia Roy-. Juega conmigo, y seamos amigos. -¡Nooo! Al día siguiente...-¿Y, dice usted, Mrs. Klein, que esos dos hombres marcharon sin pagarle el alquiler de las habitaciones? -Nick Travis, Jefe de Policía de Rock Bridges, tuvo esa mañana doble trabajo. Por un lado, el atraco a la tienda de antigüedades del viejo Kirby. Por otro, dos tipos habían marchado, sin pagar, del motelito de la viuda Klein. Mientras, en el bazar de Kirby. -No se llevaron nada -Lucille Kirby, ayudaba a su marido a recoger las muñecas caídas de las estanterías. -Seguramente, no tenían ni idea del valor de estas muñecas -su marido, con gesto amoroso, tomó a Rose Mary del suelo, y la volvió colocar en su sitio, mientras le susurraba en su orejita de porcelana- Muchas gracias.

viernes, 24 de octubre de 2008

"La espada en la piedra"

Hace muchos años, cuando Inglaterra no era más que un puñado de reinos que batallaban entre sí, vino al mundo Arturo, hijo del rey Uther.
La madre del niño murió al poco de nacer éste, y el padre se lo entregó al mago Merlín con el fin de que lo educara. El mago Merlín decidió llevar al pequeño al castillo de un noble, quien, además, tenía un hijo de corta edad llamado Kay. Para garantizar la seguridad del príncipe Arturo, Merlín no descubrió sus orígenes.
Cada día Merlín explicaba al pequeño Arturo todas las ciencias conocidas y, como era mago, incluso le enseñaba algunas cosas de las ciencias del futuro y ciertas fórmulas mágicas.
Los años fueron pasando y el rey Uther murió sin que nadie le conociera descendencia. Los nobles acudieron a Merlín para encontrar al monarca sucesor. Merlín hizo aparecer sobre una roca una espada firmemente clavada a un yunque de hierro, con una leyenda que decía:
"Esta es la espada Excalibur. Quien consiga sacarla de este yunque, será rey de Inglaterra"
Los nobles probaron fortuna pero, a pesar de todos sus esfuerzos, no consiguieron mover la espada ni un milímetro. Arturo y Kay, que eran ya dos apuestos muchachos, habían ido a la ciudad para asistir a un torneo en el que Kay pensaba participar.
Cuando ya se aproximaba la hora, Arturo se dio cuenta que había olvidado la espada de Kay en la posada. Salió corriendo a toda velocidad, pero cuando llegó allí, la puerta estaba cerrada.
Arturo no sabía qué hacer. Sin espada, Kay no podría participar en el torneo. En su desesperación, miró alrededor y descubrió la espada Excalibur. Acercándose a la roca, tiró del arma. En ese momento un rayo de luz blanca descendió sobre él y Arturo extrajo la espada sin encontrar la menor resistencia. Corrió hasta Kay y se la ofreció. Kay se extrañó al ver que no era su espada.
Arturo le explicó lo ocurrido. Kay vio la inscripción de "Excalibur" en la espada y se lo hizo saber a su padre. Éste ordenó a Arturo que la volviera a colocar en su lugar. Todos los nobles intentaron sacarla de nuevo, pero ninguno lo consiguió. Entonces Arturo tomó la empuñadura entre sus manos. Sobre su cabeza volvió a descender un rayo de luz blanca y Arturo extrajo la espada sin el menor esfuerzo.
Todos admitieron que aquel muchachito sin ningún título conocido debía llevar la corona de Inglaterra, y desfilaron ante su trono, jurándole fidelidad. Merlín, pensando que Arturo ya no le necesitaba, se retiró a su morada.
Pero no había transcurrido mucho tiempo cuando algunos nobles se alzaron en armas contra el rey Arturo. Merlín proclamó que Arturo era hijo del rey Uther, por lo que era rey legítimo. Pero los nobles siguieron en guerra hasta que, al fin, fueron derrotados gracias al valor de Arturo, ayudado por la magia de Merlín.
Para evitar que lo ocurrido volviera a repetirse, Arturo creó la Tabla Redonda, que estaba formada por todos los nobles leales al reino. Luego se casó con la princesa Ginebra, a lo que siguieron años de prosperidad y felicidad tanto para Inglaterra como para Arturo.
"Ya puedes seguir reinando sin necesidad de mis consejos -le dijo Merlín a Arturo-. Continúa siendo un rey justo y el futuro hablará de ti"

domingo, 19 de octubre de 2008

"Las tres hijas de el rey"

Erase un poderoso rey que tenía tres hermosas hijas, de las que estaba orgulloso, pero ninguna podía competir en encanto con la menor, a la que él amaba más que a ninguna. Las tres estaban prometidas con otros tantos príncipes y eran felices.
Un día, sintiendo que las fuerzas le faltaban, el monarca convocó a toda la corte, sus hijas y sus prometidos.
-Os he reunido porque me siento viejo y quisiera abdicar. He pensado dividir mi reino en tres partes, una para cada princesa. Yo viviré una temporada en casa de cada una de mis hijas, conservando a mi lado cien caballeros. Eso sí, no dividiré mi reino en tres partes iguales sino proporcionales al cariño que mis hijas sientan por mí.
Se hizo un gran silencio. El rey preguntó a la mayor:¿Cuánto me quieres, hija mía?
-Más que a mi propia vida, padre. Ven a vivir conmigo y yo te cuidaré.
-Yo te quiero más que a nadie del mundo -dijo la segunda.
La tercera, tímidamente y sin levantar los ojos del suelo, murmuró:
-Te quiero como un hijo debe querer a un padre y te necesito como los alimentos necesitan la sal.
El rey montó en cólera, porque estaba decepcionado.
- Sólo eso? Pues bien, dividiré mi reino entre tus dos hermanas y tú no recibirás nada.
En aquel mismo instante, el prometido de la menor de las princesas salió en silencio del salón para no volver; sin duda pensó que no le convenía novia tan pobre. Las dos princesas mayores afearon a la menor su conducta.
-Yo no sé expresarme bien, pero amo a nuestro padre tanto como vosotras -se defendió la pequeña, con lágrimas en los ojos-. Y bien contentas podéis estar, pues ambicionabais un hermoso reino y vais a poseerlo.
Las mayores se reían de ella y el rey, apesadumbrado, la arrojó de palacio porque su vista le hacía daño.
La princesa, sorbiéndose las lágrimas, se fue sin llevar más que lo que el monarca le había autorizado: un vestido para diario, otro de fiesta y su traje de boda. Y así empezó a caminar por el mundo. Anda que te andarás, llegó a la orilla de un lago junto al que se balanceaban los juncos. El lago le devolvió su imagen, demasiado suntuosa para ser una mendiga. Entonces pensó hacerse un traje de juncos y cubrir con él su vestido palaciego. También se hizo una gorra del mismo material que ocultaba sus radiantes cabellos rubios y la belleza de su rostro.
A partir de entonces, todos cuantos la veían la llamaban "Gorra de Junco".Andando sin parar, acabó en las tierras del príncipe que fue su prometido. Allí supo que el anciano monarca acababa de morir y que su hijo se había convertido en rey. Y supo asimismo que el joven soberano estaba buscando esposa y que daba suntuosas fiestas amenizadas por la música de los mejores trovadores.
La princesa vestida de junco lloró. Pero supo esconder sus lágrimas y su dolor. Como no quería mendigar el sustento, fue a encontrar a la cocinera del rey y le dijo:
-He sabido que tienes mucho trabajo con tanta fiesta y tanto invitado. ¿No podrías tomarme a tu servicio?
La mujer estudió con desagrado a la muchacha vestida de juncos. Parecía un adefesio...
-La verdad es que tengo mucho trabajo. Pero si no vales te despediré, con que procura andar lista.
En lo sucesivo, nunca se quejó, por duro que fuera el trabajo. Además, no percibía jornal alguno y no tenía derecho más que a las sobras de la comida. Pero de vez en cuando podía ver de lejos al rey, su antiguo prometido cuando salía de cacería y sólo con ello se sentía más feliz y cobraba alientos para sopor-tar las humillaciones.
Sucedió que el poderoso rey había dejado de serlo, porque ya había repartido el reino entre sus dos hijas mayores. Con sus cien caballeros, se dirigió a casa de su hija mayor, que le salió al encuentro, diciendo:
-Me alegro de verte, padre. Pero traes demasiada gente y supongo que con cincuenta caballeros tendrías bastante.
-¿Cómo? exclamó él encolerizado-. ¿Te he regalado un reino y te duele albergar a mis caballeros? Me iré a vivir con tu hermana.
La segunda de sus hijas le recibió con cariño y oyó sus quejas. Luego le dijo:
-Vamos, vamos, padre; no debes ponerte así, pues mi hermana tiene razón. ¿Para qué quieres tantos caballeros? Deberías despedirlos a todos. Tú puedes quedarte, pero no estoy por cargar con toda esa tropa.
-Conque esas tenemos? Ahora mismo me vuelvo a casa de tu hermana. Al menos ella, admitía a cincuenta de mis hombres. Eres una desagradecida.
El anciano, despidiendo a la mitad de su guardia, regresó al reino de la mayor con el resto. Pero como viajaba muy des-pacio a causa de sus años, su hija segunda envió un emisario a su hermana, haciéndola saber lo ocurrido. Así que ésta, alertada, ordenó cerrar las puertas de palacio y el guardia de la torre dijo desde lo alto:
-iMarchaos en buena hora! Mi señora no quiere recibiros.
El viejo monarca, con la tristeza en alma, despidió a sus caballeros y como nada tenía, se vio en la precisión de vender su caballo. Después, vagando por el bosque, encontró una choza abandonada y se quedó a vivir en ella.
Un día que Gorro de Junco recorría el bosque en busca de setas para la comida del soberano, divisó a su padre sentado en la puerta de la choza. El corazón le dio un vuelco. ¡Que pena, verle en aquel estado!
El rey no la reconoció, quizá por su vestido y gorra de juncos y porque había perdido mucha vista.
-Buenos días, señor -dijo ella-. ,Es que vivís aquí solo?
-Quién iba a querer cuidar de un pobre viejo? -replicó el rey con amargura.-Mucha gente -dijo la muchacha-.
Y si necesitáis algo decídmelo.
En un momento le limpió la choza, le hizo la cama y aderezó su pobre comida.
-Eres una buena muchacha -le dijo el rey.
La joven iba a ver a su padre todos los domingos y siempre que tenía un rato libre, pero sin darse a conocer. Y también le llevaba cuanta comida podía agenciarse en las cocinas reales. De este modo hizo menos dura la vida del anciano.
En palacio iba a celebrarse un gran baile. La cocinera dijo que el personal tenía autorización para asistir.
-Pero tú, Gorra de Junco, no puedes presentarte con esa facha, así que cuida de la cocina -añadió.
En cuanto se marcharon todos, la joven se apresuró a quitarse el disfraz de juncos y con el vestido que usaba a diario cuando era princesa, que era muy hermoso, y sus lindos cabellos bien peinados, hizo su aparición en el salón. Todos se quedaron mirando a la bellísima criatura. El rey, disculpándose con las princesas que estaban a su lado, fue a su encuentro y le pidió:
-Quieres bailar conmigo, bella desconocida?
Ni siquiera había reconocido a su antigua prometida. Cierto que había pasado algún tiempo y ella se había convertido en una joven espléndida.Bailaron un vals y luego ella, temiendo ser descubierta, escapó en cuanto tuvo ocasión, yendo a esconderse en su habitación. Pero era feliz, pues había estado junto al joven a quien seguía amando.
Al día siguiente del baile en palacio, la cocinera no hacía más que hablar de la hermosa desconocida y de la admiración que le había demostrado al soberano. Este, quizá con la idea de ver a la linda joven, dio un segundo baile y la princesa, con su vestido de fiesta, todavía más deslumbrante que la vez anterior, apareció en el salón y el monarca no bailó más que con ella. Las princesas asistentes, fruncían el ceño.También esta vez la princesita pudo escapar sin ser vista.
A la mañana siguiente, el jefe de cocina amonestó a la cocinera.
-Al rey no le ha gustado el desayuno que has preparado. Si vuelve a suceder, te despediré.
De nuevo el monarca dio otra fiesta. Gorra de Junco, esta vez con su vestido de boda de princesa, acudió a ella. Estaba tan hermosa que todos la miraban.
El rey le dijo:
-Eres la muchacha más bonita que he conocido y también la más dulce. Te suplico que no te escapes y te cases conmigo. La muchacha sonreía, sonreía siempre, pero pudo huir en un descuido del monarca. Este estaba tan desconsolado que en los días siguientes apenas probaba la comida.
Una mañana en que ninguno se atrevía a preparar el desayuno real, pues nadie complacía al soberano, la cocinera ordenó a Gorra de Junco que lo preparase ella, para librarse así de regañinas. La muchacha puso sobre la mermelada su anillo de prometida, el que un día le regalara el joven príncipe.
Al verlo, exclamó:
-¡Que venga la cocinera!
La mujer se presentó muerta de miedo y aseguró que ella no tuvo parte en la confección del desayuno, sino una muchacha llamada Gorra de Junco. El monarca la llamó a su presencia. Bajo el vestido de juncos llevaba su traje de novia.
-De dónde has sacado el anillo que estaba en mi plato?-Me lo regalaron.-Quién eres tú?-Me llaman Gorra de Junco, señor.
El soberano, que la estaba mirando con desconfianza, vio bajo los juncos un brillo similar al de la plata y los diamantes y exigió:
-Déjame ver lo que llevas debajo.Ella se quitó lentamente el vestido de juncos y la gorra y apareció con el mara-villoso vestido de bodas.
-Oh, querida mia! ¿Así que eras tú? No sé si podrás perdonarme.
Pero como la princesa le amaba, le perdonó de todo corazón y se iniciaron los preparativos de las bodas. La princesa hizo llamar a su padre, que no sabía cómo disculparse con ella por lo ocurrido. El banquete fue realmente regio, pero la comida estaba completamente sosa y todo el mundo la dejaba en el plato. El rey, enfadado, hizo que acudiera el jefe de cocina.
-Esto no se puede comer -protestó.
La princesa entonces, mirando a su padre, ordenó que trajeran sal. Y el anciano rompió a llorar, pues en aquel momento comprendió cuánto le amaba su hija menor y lo mal que había sabido comprenderla.
En cuanto a las otras dos ambiciosas princesas, riñeron entre sí y se produjo una guerra en la que murieron ellas y sus maridos. De tan triste circunstancia supo compensar al anciano monarca el cariño de su hija menor.

"El principe y el mendigo"

Erase un principito curioso que quiso un día salir a pasear sin escolta. Caminando por un barrio miserable de su ciudad, descubrió a un muchacho de su estatura que era en todo exacto a él.

-¡Sí que es casualidad! - dijo el príncipe-. Nos parecemos como dos gotas de agua.

-Es cierto - reconoció el mendigo-. Pero yo voy vestido de andrajos y tú te cubres de sedas y terciopelo. Sería feliz si pudiera vestir durante un instante la ropa que llevas tú.

Entonces el príncipe, avergonzado de su riqueza, se despojó de su traje, calzado y el collar de la Orden de la Serpiente, cuajado de piedras preciosas.

-Eres exacto a mi - repitió el príncipe, que se había vestido, en tanto, las ropas del mendigo.

Pero en aquel momento llegó la guardia buscando al personaje y se llevaron al mendigo vestido en aquellos momentos con los ropajes de principe. El príncipe corría detrás queriendo convencerles de su error, pero fue inútil.

Contó en la ciudad quién era y le tomaron por loco. Cansado de proclamar inútilmente su identidad, recorrió la ciudad en busca de trabajo. Realizó las faenas más duras, por un miserable jornal. Era ya mayor, cuando estalló la guerra con el país vecino. El príncipe, llevado del amor a su patria, se alistó en el ejército, mientras el mendigo que ocupaba el trono continuaba entregado a los placeres.

Un día, en lo más arduo de la batalla, el soldadito fue en busca del general. Con increíble audacia le hizo saber que había dispuesto mal sus tropas y que el difunto rey, con su gran estrategia, hubiera planeado de otro modo la batalla.

- ¿Cómo sabes tú que nuestro llorado monarca lo hubiera hecho así?

- Porque se ocupó de enseñarme cuanto sabía. Era mi padre.

Aquella noche moría el anciano rey y el mendigo ocupó el trono. Lleno su corazón de rencor por la miseria en que su vida había transcurrido, empezó a oprimir al pueblo, ansioso de riquezas.

Y mientras tanto, el verdadero príncipe, tras las verjas del palacio, esperaba que le arrojasen un pedazo de pan.

El general, desorientado, siguió no obstante los consejos del soldadito y pudo poner en fuga al enemigo. Luego fue en busca del muchacho, que curaba junto al arroyo una herida que había recibido en el hombro. Junto al cuello se destacaban tres rayitas rojas.

-Es la señal que vi en el príncipe recién nacido! -exclamó el general.

Comprendió entonces que la persona que ocupaba el trono no era el verdadero rey y, con su autoridad, ciñó la corona en las sienes de su autentico dueño.

El príncipe había sufrido demasiado y sabía perdonar. El usurpador no recibió mas castigo que el de trabajar a diario.

Cuando el pueblo alababa el arte de su rey para gobernar y su gran generosidad él respondía: Es gracias a haber vivido y sufrido con el pueblo por lo que hoy puedo ser un buen rey.

"Pulgarcito"

Érase una vez un pobre campesino. Una noche se encontraba sentado, atizando el fuego, mientras que su esposa hilaba sentada junto a él. Ambos se lamentaban de hallarse en un hogar sin niños. -¡Qué triste es no tener hijos! -dijo él-. En esta casa siempre hay silencio, mientras que en los demás hogares hay tanto bullicio y alegría... -¡Es verdad! -contestó la mujer suspirando-. Si por lo menos tuviéramos uno, aunque fuese muy pequeño y no mayor que el pulgar, seríamos felices y lo querríamos de todo corazón. Y entonces sucedió que la mujer se indispuso y, después de siete meses, dio a luz a un niño completamente normal en todo, si exceptuamos que no era más grande que un dedo pulgar. -Es tal como lo habíamos deseado. Va a ser nuestro hijo querido. Y debido a su tamaño lo llamaron Pulgarcito. No le escatimaron la comida, pero el niño no creció y se quedó tal como era en el momento de nacer. Sin embargo, tenía una mirada inteligente y pronto dio muestras de ser un niño listo y hábil, al que le salía bien cualquier cosa que se propusiera. Un día, el campesino se aprestaba a ir al bosque a cortar leña y dijo para sí: -Ojalá tuviera a alguien que me llevase el carro. -¡Oh, padre! -exclamó Pulgarcito- ¡Ya te llevaré yo el carro! ¡Puedes confiar en mí! En el momento oportuno lo tendrás en el bosque. El hombre se echó a reír y dijo: -¿Cómo podría ser eso? Eres demasiado pequeño para llevar de las bridas al caballo. -¡Eso no importa, padre! Si mamá lo engancha, yo me pondré en la oreja del caballo y le iré diciendo al oido por dónde ha de ir. -¡Está bien! -contestó el padre-, probaremos una vez. Cuando llegó la hora, la madre enganchó el carro y colocó a Pulgarcito en la oreja del caballo, donde el pequeño se puso a gritarle por dónde tenía que ir, tan pronto con un "¡Heiii!", como con un "¡Arre!". Todo fue tan bien como si un conductor de experiencia condujese el carro, encaminándose derecho hacia el bosque. Sucedió que, justo al doblar un recodo del camino, cuando el pequeño iba gritando "¡Arre! ¡Arre!" , acertaron a pasar por allí dos forasteros. -¡Cómo es eso! -dijo uno- ¿Qué es lo que pasa? Ahí va un carro, y alguien va arreando al caballo; sin embargo no se ve a nadie conduciéndolo. -Todo es muy extraño -dijo el otro-. Vamos a seguir al carro para ver dónde se para. Pero el carro se internó en pleno bosque y llegó justo al sitio donde estaba la leña cortada. Cuando Pulgarcito vio a su padre, le gritó: -¿Ves, padre? Ya he llegado con el carro. Bájame ahora del caballo. El padre tomó las riendas con la mano izquierda y con la derecha sacó a su hijo de la oreja del caballo. Pulgarcito se sentó feliz sobre una brizna de hierba. Cuando los dos forasteros lo vieron se quedaron tan sorprendidos que no supieron qué decir. Ambos se escondieron, diciéndose el uno al otro: -Oye, ese pequeñín bien podría hacer nuestra fortuna si lo exhibimos en la ciudad y cobramos por enseñarlo. Vamos a comprarlo. Se acercaron al campesino y le dijeron: -Véndenos al pequeño; estará muy bien con nosotros. -No -respondió el padre- es mi hijo querido y no lo vendería ni por todo el oro del mundo. Pero al oír esta propuesta, Pulgarcito trepó por los pliegues de la ropa de su padre, se colocó sobre su hombro y le susurró al oído: -Padre, véndeme, que ya sabré yo cómo regresar a casa. Entonces, el padre lo entregó a los dos hombres a cambio de una buena cantidad de dinero. -¿Dónde quieres sentarte? -le preguntaron. -¡Da igual ! Colocadme sobre el ala de un sombrero; ahí podré pasearme de un lado para otro, disfrutando del paisaje, y no me caeré. Cumplieron su deseo y, cuando Pulgarcito se hubo despedido de su padre, se pusieron todos en camino. Viajaron hasta que anocheció y Pulgarcito dijo entonces: -Bajadme un momento; tengo que hacer una necesidad. -No, quédate ahí arriba -le contestó el que lo llevaba en su cabeza-. No me importa. Las aves también me dejan caer a menudo algo encima. -No -respondió Pulgarcito-, yo también sé lo que son las buenas maneras. Bajadme inmediatamente. El hombre se quitó el sombrero y puso a Pulgarcito en un sembrado al borde del camino. Por un momento dio saltitos entre los terrones de tierra y, de repente, se metió en una madriguera que había localizado desde arriba. -¡Buenas noches, señores, sigan sin mí! -les gritó con un tono de burla. Los hombres se acercaron corriendo y rebuscaron con sus bastones en la madriguera del ratón, pero su esfuerzo fue inútil. Pulgarcito se arrastró cada vez más abajo y, como la oscuridad no tardó en hacerse total, se vieron obligados a regresar, burlados y con las manos vacías. Cuando Pulgarcito advirtió que se habían marchado, salió de la madriguera. -Es peligroso atravesar estos campos de noche -pensó-; sería muy fácil caerse y romperse un hueso. Por fortuna tropezó con una concha vacía de caracol. -¡Gracias a Dios! -exclamó- Ahí podré pasar la noche con tranquilidad. Y se metió dentro del caparazón. Un momento después, cuando estaba a punto de dormirse, oyó pasar a dos hombres; uno de ellos decía: -¿Cómo haremos para robarle al cura rico todo su oro y su plata? -¡Yo podría decírtelo! -se puso a gritar Pulgarcito. -¿Qué fue eso? -dijo uno de los espantados ladrones-; he oído hablar a alguien. Se quedaron quietos escuchando, y Pulgarcito insistió: -Llévadme con vosotros y os ayudaré. -¿Dónde estás? -Buscad por la tierra y fijaos de dónde viene la voz -contestó. Por fin los ladrones lo encontraron y lo alzaron hasta ellos. -A ver, pequeñajo, ¿cómo vas a ayudarnos? -¡Escuchad! Yo me deslizaré por las cañerías hasta la habitación del cura y os iré pasando todo cuanto queráis. -¡Está bien! Veremos qué sabes hacer. Cuando llegaron a la casa del cura, Pulgarcito se introdujo en la habitación y se puso a gritar con todas sus fuerzas. -¿Quereis todo lo que hay aquí? Los ladrones se estremecieron y le dijeron: -Baja la voz para que nadie se despierte. Pero Pulgarcito hizo como si no entendiera y continuó gritando: -¿Qué queréis? ¿Queréis todo lo que hay aquí? La cocinera, que dormía en la habitación de al lado, oyó estos gritos, se incorporó en su cama y se puso a escuchar, pero los ladrones asustados se habían alejado un poco. Por fin recobraron el valor diciéndose: -Ese pequeñajo quiere burlarse de nosotros. Regresaron y le susurraron: -Vamos, nada de bromas y pásanos alguna cosa. Entonces, Pulgarcito se puso a gritar de nuevo con todas sus fuerzas: -Sí, quiero daros todo; sólo tenéis que meter las manos. La cocinera, que ahora oyó todo claramente, saltó de su cama y se acercó corriendo a la puerta. Los ladrones, atemorizados, huyeron como si los persiguiese el diablo, y la criada, que no veía nada, fue a encender una vela. Cuando regresó, Pulgarcito, sin ser descubierto, se había escondido en el pajar. La sirvienta, después de haber registrado todos los rincones y no encontrar nada, acabó por volver a su cama y supuso que había soñado despierta. Pulgarcito había trepado por la paja y en ella encontró un buen lugar para dormir. Quería descansar allí hasta que se hiciese de día para volver luego con sus padres, pero aún habrían de ocurrirle otras muchas cosas antes de poder regresar a su casa. Como de costumbre, la criada se levantó antes de que despuntase el día para dar de comer a los animales. Fue primero al pajar, y de allí tomó una brazada de heno, precisamente del lugar en donde dormía Pulgarcito. Estaba tan profundamente dormido que no se dio cuenta de nada, y no despertó hasta que estuvo en la boca de la vaca que se había tragado el heno. -¡Oh, Dios mío! -exclamó-. ¿Cómo he podido caer en este molino? Pero pronto se dio cuenta de dónde se encontraba. No pudo hacer otra cosa sino evitar ser triturado por los dientes de la vaca; mas no pudo evitar resbalar hasta el estómago. -En esta habitación tan pequeña se han olvidado de hacer una ventana -se dijo-, y no entra el sol y tampoco veo ninguna luz. Este lugar no le gustaba nada, y lo peor era que continuamente entraba más paja por la puerta, por lo que el espacio iba reduciéndose cada vez más. Entonces, presa del pánico, gritó con todas sus fuerzas: -¡No me traigan más forraje! ¡No me traigan más forraje! La moza estaba ordeñando a la vaca cuando oyó hablar sin ver a nadie, y reconoció que era la misma voz que había escuchado por la noche. Se asustó tanto que cayó del taburete y derramó toda la leche. Corrió entonces a toda velocidad hasta donde se encontraba su amo y le dijo: -¡Ay, señor cura, la vaca ha hablado! -¡Estás loca! -repuso el cura. Y se dirigió al establo a ver lo que ocurría; pero, apenas cruzó el umbral, cuando Pulgarcito se puso a gritar de nuevo: -¡No me traigan más forraje! ¡No me traigan más forraje! Ante esto, el mismo cura también se asustó, suponiendo que era obra del diablo, y ordenó que se matara a la vaca. Entonces la vaca fue descuartizada y el estómago, donde estaba encerrado Pulgarcito, fue arrojado al estiércol. Nuestro amigo hizo ímprobos esfuerzos por salir de allí y, cuando ya por fin empezaba a sacar la cabeza, le aconteció una nueva desgracia. Un lobo hambriento, que acertó a pasar por el lugar, se tragó el estómago de un solo bocado. Pulgarcito no perdió los ánimos. «Quizá -pensó- este lobo sea comprensivo». Y, desde el fondo de su panza, se puso a gritarle: -¡Querido lobo, sé donde hallar un buena comida para ti! -¿Adónde he de ir? -preguntó el lobo. -En tal y tal casa. No tienes más que entrar por la trampilla de la cocina y encontrarás tortas, tocino y longanizas, tanto como desees comer. Y Pulgarcito le describió minuciosamente la casa de sus padres. El lobo no necesitó que se lo dijeran dos veces. Por la noche entró por la trampilla de la cocina y, en la despensa, comió de todo con inmenso placer. Cuando estuvo harto, quiso salir, pero había engordado tanto que ya no cabía por el mismo sitio. Pulgarcito, que lo tenía todo previsto, comenzó a patalear y a gritar dentro de la barriga del lobo. -¿Te quieres estar quieto? -le dijo el lobo-. Vas a despertar a todo el mundo. -¡Ni hablar! -contestó el pequeño-. ¿No has disfrutado bastante ya? Ahora yo también quiero divertirme. Y se puso de nuevo a gritar con todas sus fuerzas. Los chillidos despertaron finalmente a sus padres, quienes corrieron hacia la despensa y miraron por una rendija. Cuando vieron al lobo, el hombre corrió a buscar el hacha y la mujer la hoz. -Quédate detrás de mí -dijo el hombre al entrar en la despensa-. Primero le daré un golpe con el hacha y, si no ha muerto aún, le atizarás con la hoz y le abrirás las tripas. Cuando Pulgarcito oyó la voz de su padre, gritó: -¡Querido padre, estoy aquí; aquí, en la barriga del lobo! -¡Gracias a Dios! -dijo el padre-. ¡Ya ha aparecido nuestro querido hijo! Y le indicó a su mujer que no usara la hoz, para no herir a Pulgarcito. Luego, blandiendo el hacha, asestó al lobo tal golpe en la cabeza que éste cayó muerto. Entonces fueron a buscar un cuchillo y unas tijeras, le abrieron la barriga al lobo y sacaron al pequeño. -¡Qué bien! -dijo el padre-. ¡No sabes lo preocupados que estábamos por ti! -¡Sí, padre, he vivido mil aventuras. ¡Gracias a Dios que puedo respirar de nuevo aire freco! -Pero, ¿dónde has estado? -¡Ay, padre!, he estado en la madriguera de un ratón, en el estómago de una vaca y en la barriga de un lobo. Ahora estoy por fin con vosotros. -Y no te volveremos a vender ni por todo el oro del mundo. Y abrazaron y besaron con mucho cariño a su querido Pulgarcito; le dieron de comer y de beber, lo bañaron y le pusieron ropas nuevas, pues las que llevaba se habían estropeado en su accidentado viaje.

"El patito feo"

Tierra adentro, en la parte baja de la pradera, escondido entre los altos juncos que crecían en el borde de la laguna, había un nido lleno de huevos. Mamá Pata estaba suavemente sentada sobre ellos, para darles calor. Esperaba con paciencia el nacimiento de sus patitos.

Crac! Crac! Uno tras otro comenzaron a abrirse los huevos, y los patitos asomaban por ellos sus cabecitas. Pero... que será esa horrible ave gris que aparecía? Mamá Pata no salía de su asombro. "Ninguno de los otros patitos es como este!", exclamó.

Algunos días después, Mamá Pata fue caminando hasta la laguna seguida de sus patitos. Plafff! Se lanzó al agua... y uno tras otro saltaron los patitos. Flotaban espléndidamente. Y hasta el patito feo nadó junto a ellos.

Pero después fueron al corral de los patos. Los otros patos. Los otros patos los miraron con impertinencia y dijeron: "Miren, aquí viene otra cría, como si ya no fuéramos bastantes! Y qué feo es ese patito! Sáquenlo de este corral! No lo queremos!".

Uno por uno, los patos se lanzaron sobre el patito feo y lo picotearon en el cuello, y lo empujaron de un lado a otro. Vinieron después algunos pollitos y ellos también picotearon al pobrecito.

Mamá Pata trató de proteger al patito feo. "Déjenlo tranquilo", pidió a las malignas aves, "él no hace daño a nadie". Pero de nada sirvió. Y hasta sus propios hermanitos empezaron a tratarlo mal.

Todos los días era lo mismo. El patito feo no podía escapar al maltrato. "Creo que será mejor que me vaya lejos, muy lejos", se dijo por fin. Así es que, saltando el cerco, salió a viajar tan rápido como pudo.

Llegó el otoño. Las hojas se pusieron amarillentas y rojizas en el bosque. Una tarde, a la puesta del sol, aparecieron unos cisnes por entre los arbustos. "Ah! Qué lindo ser tan hermoso como ellos!", suspiró el patito feo.

Vino después el invierno. Los días eran cada vez más fríos y el pobre patito feo tuvo que nadar en el agua helada que empezaba a congelarse a su alrededor. Nadie le traía alimentos y apenas tenía qué comer. Todo era muy triste!.

En la primavera, cuando el sol volvió a calentar la tierra y las plantas a florecer, el patito feo notó que sus alas se habían agrandado y eran muy fuertes. Las batió contra su cuerpo, una y dos veces, hasta que por fin se elevó en el aire.

No pasó mucho tiempo antes de que se encontrara en un gran jardín. Tres hermosos cisnes nadaban en un estanque. "Me gustaría ir con ellos", se dijo el patito. Quizá ni siquiera me hagan caso, por ser tan feo. Pero, sin embargo, no importa, lo intentaré".

Voló hasta el agua y nadó rápidamente hacia ellos. Pero cuando miró hacia abajo y vio su propio reflejo en el agua clara, que sorpresa! Ya no era un ave oscura y fea, como le había parecido siempre. Él también era ahora un hermoso cisne blanco.

Unos niños entraron al jardín, gritando: Un cisne nuevo! Mírenlo, aquí!" Y después añadieron: "Es el más lindo de todos los cisnes!".

El cisne nuevo volvió tímidamente la cabeza. Pero se sentía feliz. Aleteó, curvó el grácil cuello y dijo: "Jamás soñé con tanta dicha cuando era el patito feo".

Datos personales